"Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre." Juan 14:12
Comúnmente se dice algo que parece "lógico" y simple: "Hay que empezar por el principio". El problema con un relato que forzosamente requiere ser narrado desde una perspectiva multidimensional (de 4a dimensión) es que tiene infinidad de principios y además carece de una secuencia temporal estricta. Incluso trasciende el espacio-tiempo y parece manifestarse en múltiples líneas temporales que se entrecruzan de forma dinámica.
Consiente de lo anterior iniciaré con uno de los tantos principios existentes asociado a una de las múltiples líneas de tiempo que podrían ser tocadas y que incluyen a aquellas que sincrónicamente vincularán el presente texto con sus correspondientes lectores.
De cualquier forma todas ellas convergen en los dos párrafos iniciales que, para aquellas consciencias capaces de comprenderlas, hacen innecesaria la lectura del presente documento.
El linaje de Babaji
Existen múltiples vínculos que unen a quien esto escribe con el linaje de Babaji. Un linaje de realización espiritual a través de la técnica de meditación kriyā yoga que pasa por Lahiri Mahasaya, Sri Yukteswar Giri y llega hasta Paramahansa Yogananda. Este último sería el discípulo que traería la enseñanza a occidente y difundiría el trabajo de sus maestros a través de su libro titulado "Autobiografía de un yogui".
Si bien he tenido contacto con diversos discípulos de Paramanhansa Yogananda y he leído (y releído) su libro, el vínculo más profundo con él y su linaje proviene de la siguiente revelación que me fue entregada en el año 2010 asociada a presencias sutiles de otras dimensiones, las cuales se manifestaron.
“Les informamos a la humanidad cómo el ser del cual nada se puede decir, ustedes le llaman Dios, tiene 108 nombres. En cada uno de ellos está cómo él enseñó en cada proceso evolutivo las 108 veces que él se desprende del magno centro, y como fue creando las galaxias y los mundos habitados. Ella tiene ese conocimiento, pero es de boca a oído y en cualquier área que aporte su energía vital, sale de sí el conocimiento energético. Y es por ello que ese señor del cual tu te estás condatando trae la energía, no de Babaji, pero si de su primer discípulo físico de esta época, donde se deberán reactivar los conceptos. Este señor, tiene en su memoria celular ese saber y lo debe transferir de la misma forma que tú, energéticamente. El encuentro y las vibraciones de ese tiempo viejo están reconocidas a través del alma y el espíritu y ya nunca ese hilo se romperá. Aunque no trabajen, o si, en lo cotidiano, pero vuestras energías son paralelas a un plan que nosotros llamamos unión de consciencia y se fusionan con muchas más que tienen el mismo plan. Yo te he dicho. El Inca, aparece como el Cóndor, el que absorbe, que trae los conocimientos cósmicos. Ustedes la llaman Espíritu Santo.”.
La referida "memoria celular" (concepto que considero pudiera estar influido por la perspectiva materialista contemporánea y que más correctamente hace referencia a una memoria espiritual vinculada al Ser Superior), me pondría desde la infancia en contacto con experiencias de manifestaciones del astral, incluidas materializaciones diversas.
Un muy profundo ejemplo de dichas materializaciones o manifestaciones físicas puede leerse en el capítulo 18 de la "Autobiografía de un Yogui" de Paramahansa Yogananda, titulado: Un Mahometano Fabricante de Milagros
Los siguientes párrafos, extraídos del mismo, representan a mi juicio la parte más relevante y que sirve a la perfección para expresar lo que se pretende en el presente escrito.
El fakir no tenía un gran desarrollo espiritual -explicó Sri Yukteswar-. Su dominio de cierta técnica de yoga le daba acceso a un plano astral en el que cualquier deseo se materializa de inmediato. Por medio de un ser astral, Hazrat, el musulmán podía emplazar, desde la energía etérea, a los átomos de cualquier objeto, gracias a un acto de fuerza de voluntad. Pero tales objetos fabricados astralmente son estructuralmente evanescentes; no pueden retenerse durante mucho tiempo. Afzal todavía ansiaba riquezas mundanas que, si bien se ganan con más esfuerzo, tienen una durabilidad más fiable. ...
Afzal no era un hombre realizado en Dios -continuó el Maestro-. Los milagros de naturaleza permanente y beneficiosa son realizados por santos auténticos, porque se han sintonizado con el Creador omnipotente. Afzal era tan solo un hombre común con un extraordinario poder para penetrar en un reino sutil, en el que normalmente los mortales no entran hasta la muerte. ..."
La realidad de Pachita atestiguada por Jacobo Grinberg
Dentro de la larga lista de vínculos espirituales con los que he tenido contacto en algún momento, se encuentra el linaje de la milagrosa sanadora Bárbara Guerrero cuya vida sería recogida por el Dr. Jacobo Grinberg-Zilberbaum. Una encomienda surgida de un encuentro ocurrido en "Los Pinos" (la entonces residencia del presidente de México), producto del cual Jacobo sería designado por ella como "su biógrafo".
El libro publicado sería titulado "Pachita: Las manifestaciones del ser" (Volumen III de la Serie "Chamanes de México"), y en él, el autor narraría las experiencias que atestiguó personalmente de manos de aquella mujer que fue mejor conocida como Pachita y cuyo cuerpo físico, se afirma, era utilizado comúnmente por el espíritu de Cuauhtémoc (el último tlatoani azteca) para realizar milagrosas operaciones como curaciones que incluían materialización de órganos o bien retiro de daños por trabajos espirituales obscuros o maléficos (brujería) en los que eran retirados diversos objetos físicos materializados (aportes) que incluso podían tener alguna forma animal. Igualmente en el caso de algunas de las curaciones (operaciones), Pachita realizó el aporte (materialización) de órganos humanos cuyos tejidos, una vez injertados en su sitio, eran "saturados" por medio de la aplicación de las manos. La energía que estas emanaban cerraba de inmediato todas las heridas.
Nota: Más adelante el lector podrá confirmar que Jacobo atestiguó como a través de Pachita también se manifestaban otras presencias.
Los siguientes párrafos extraídos de la presentación del texto antes mencionado narran la experiencia que más impactó a Jacobo:
“Conocí a Pachita cuando debía conocerla. Me preguntaba en ese entonces hasta dónde debía impulsarse la individualidad. Aún más, me interrogaba acerca del sentido real de la individualidad y todo lo que encontraba como respuesta no me satisfacía. Al mismo tiempo, algo dentro de mí no estaba completo. Con Pachita aprendí que la individualidad se conserva aún después de la muerte corporal, que la sensación de ser un yo mismo independiente y completo es sana y debe expandirse hasta acceder al todo ▣, que la Unidad no se alcanza destruyendo el yo sino transformándolo después de aceptarlo. Todo me recordaba a John Uooke quien decía que el ego debe ser amado, conocido y después olvidado. Su regalo más grande fue el entender que se es siempre y que por lo tanto es necesario respetar la vivencia de la existencia y no invalidarla.
Lo que veía en casa de Pachita desafiaba en un grado tan fundamental mis concepciones acerca del cuerpo y su importancia que después de la primera sesión de operaciones salí a la calle sintiéndome un espíritu y viviendo mi cuerpo como una especie de vehículo. Las notas después de esta sesión reflejaban ese estado de ánimo:
El mercado con las flores brillaba en esa madrugada y yo me sentía unido con todo.
Las flores son hermanitas, la tierra es hermanita, los gusanos son hermanitos, los pájaros, las víboras, los ojos.
Mi cuerpo no me pertenece, mi cuerpo es un instrumento, el espíritu se mueve.
Mis manos estaban rojas de la sangre vertida con el cuchillo de monte...”
En esa primera sesión de operaciones yo había visto como una mujer se aproximó a “Pachita” para acostarse en una cama improvisada hecha de tablas semirrotas y allí en medio de todos, un cuchillo de monte se introdujo en su vientre para sacar un tumor y transplantar algún órgano interno. Esa mujer, la primera persona que vi operar, me dejó una huella indeleble. Recuerdo que a punto de desmayarme tras ver la operación, algo en mí decidió proseguir y tomar todo con naturalidad y fuerza. ¿Qué fue y como logré no gritar de horror o salir corriendo de allí? ¡No lo sé! Lo cierto es que a partir de cierto instante me sentí como en mi casa y lo único que deseaba era ayudar y aprender.
Recuerdo que después de esa sesión estaba tan hambriento que decidí ir a cenar a un restaurante. Me senté y vi que todos se me quedaban viendo. Volteé a ver mis manos y me di cuenta que estaban rojas de sangre.
El caso más extraordinario y el que me enseñó que realmente no existen límites, fue el de una niña, quien en una operación convencional había sido sobreanestesiada, dejándole su cerebro muerto por la falta de oxígeno. Los padres, desesperados después de ver una docena de neurólogos, dieron con Pachita y le pidieron ayuda. Pachita aceptó y la segunda operación que vi aquella primera noche, fue un trasplante de corteza cerebral en la niña sobreanestesiada.
Aquello fue demasiado difícil para mí.
Durante más de diez años me he dedicado a investigar algunos aspectos de la fisiología cerebral y aunque me considero bastante revolucionario entre mis colegas, jamás me imaginé, ni podría haber aceptado, que una parte del cerebro pudiera trasplantarse de un ser humano a otro. Jamás lo hubiera aceptado de no haberlo visto, pero el caso es que lo vi y eso me transformó tan profundamente que a partir de ese momento, todas mis concepciones psicofisiológicas cambiaron. La niña era un “vegetal” que no se movía ni hablaba ni controlaba sus esfínteres. En esa operación, y en cuatro subsecuentes, “Pachita” cortó el cuero cabelludo con el cuchillo de monte y después abrió el hueso del cráneo usando un pedazo de sierra de plomero.
Yo veía eso y parte de mí pensaba que no era cierto y otra que era maravillosamente real.
Después “Pachita” hizo aparecer una sección de corteza humana, tomó un pedazo en sus manos, le lanzó su aliento y le ordenó que viviera: ¡vive!, ¡vive! le gritaba.
Después, con la ayuda del cuchillo, introdujo el pedazo de corteza al cráneo de la niña y con una serie de movimientos extraños, lo dejó depositado allí. Por fin, la herida se cerró después de que yo fui invitado a colocar mis manos encima de la misma. A eso se le llamaba saturar. La niña fue vendada y devuelta a sus padres.
La operación se realizó sin anestesia, sin asepsia y considerando su magnitud y seriedad, lo que se podía haber esperado como mínima reacción era una meningitis fulminante. En lugar de ello, la niña se presentó a los quince días para una nueva operación, sin infecciones, sin haberse muerto de shock postoperatorio y con algún síntoma de mejoría. De hecho, después de cuatro operaciones similares a la descrita, yo vi a esa niña empezar a tener movimientos voluntarios, balbucear vocablos, quejarse de dolor y molestias y sonreír, ¡sí! ¡sonreír!
Cuando yo vi sonreír a esa niña y alcancé a comprender los motivos de su alegría, entendí que lo más fundamental es lo de mayor alcance espiritual, lo que cualquiera comprende, lo que se encuentra presente en todos los niveles, lo clásico, lo que se siente como certeza y mismidad.
Era el cumpleaños de Cuauhtémoc y el recinto de las operaciones fue vestido de flores y saturado de incienso. Pachita se sentó en el centro del cuarto, respiró profundamente y unos minutos más tarde, el saludo de Cuauhtémoc nos introdujo a un mundo mágico. En un mensaje magnífico, el Hermano nos comunicó sus deseos y su amor. En cierto momento empezó a hablar de Dios y de sus designios. La niña en su silla de ruedas estaba en el recinto acompañada de sus padres y en el instante en el que el Hermano llega a la máxima profundidad espiritual, la niña sonrió. Cada vez que Cuauhtémoc alcanzaba un nivel que yo sólo podría catalogar como de total trascendencia, la niña volvía a sonreír. Fuera de esos niveles, yo no notaba reacción alguna en ella. Aquello me enseñó lo que ya mencioné y me llenó de fe.
Una de las facetas más misteriosas de la obra era lo que acontecía con la conciencia de Pachita durante las operaciones. Recuerdo que cuando le leí el libro, la más asombrada era ella como si no recordara lo que acontecía en las operaciones o como si no hubiese estado en ellas. Esto último parecía lo más probable. Pachita, la conciencia de Pachita estaba ausente durante las operaciones. ¿Cómo explicar esto? En realidad no lo sé.
Armando y la misma Pachita decían que el espíritu de Pachita se iba de su cuerpo y que el espíritu del Hermano lo ocupaba mientras tanto. Creo que esta última era una explicación demasiado simple para lo que verdaderamente acontecía. Quizá, Pachita funcionaba en un nivel en el que su conciencia se conectaba con la estructura más fundamental de lo que la física llama lattice y de allí extraía todo su poder.
Una muestra de este poder yo la tuve en Parral. Cuando llegamos a esta ciudad, una sequía la tenía sedienta durante meses. Los campos estaban secos y la gente se quejaba del calor y de la falta de agua. Pachita hizo lo mismo. Usando el peor caló, maldijo la sequía y pidió lluvia. A la media hora empezó a caer una llovizna ligera y en la noche comenzó una tormenta que no disminuiría su volumen de precipitación durante varios días.
Los ríos de Parral se empezaron a desbordar y en las calles la gente volteaba a ver el cielo y con ademanes de sorpresa y beneplácito agradecían la lluvia.
En el estado de Morelos yo había visto a Don Lucio controlar una tormenta y me había maravillado de su poder. Lo que hacía Pachita me maravillaba aún mas. ¿De dónde venía su fuerza?.
De pequeña, Pachita había sido abandonada por sus padres y adoptada por un negro africano llamado Charles. Durante 14 años Charles cuidó de Pachita y le enseñó a ver las estrellas y a curar.
Después, Bárbara Guerrero (Pachita) luchó al lado de Villa, fue cabaretera, vendedora de billetes de lotería, cantaba en camiones de paso... Creo que haber vivido tantas experiencias la conectaron con lo que trascendía de todas ellas. De alguna manera, Pachita había logrado dejar atrás muchas ilusiones y eso la colocaba en un punto de contacto íntimo coñ la verdadera Realidad. La verdadera Realidad era lo que hacía.
Me parece que lo que he dicho no logra explicar por qué Pachita no era consciente durante las operaciones, a menos de aceptar que lo que nosotros conocíamos de Pachita, la personalidad que nos mostraba cotidianamente era una especie de matriz de relaciones aparentes que desaparecía cuando la verdadera Pachita aparecía.
Creo que Armando no estaría de acuerdo con lo anterior. El era el ayudante más veterano de Pachita y él mismo también se dedicaba a curar.
Sin embargo, él sí conservaba su conciencia habitual. Alguna vez me dijo que había hecho un trato con el Hermano y que este trato consistía en que a cambio de mantener su conciencia, no recibiría tanta protección como Pachita. Por eso, me confesó, -he tenido tantos daños y Pachita me ha tenido que operar tantas veces-.
Por supuesto que los daños y su significado merecen algún intento de explicación. Pachita y todo el chamanismo mexicano distinguen entre enfermedad buena y enfermedad mala. La enfermedad buena la consideran natural y curable con medicinas convencionales. La enfermedad mala, en cambio, son los daños. Alguien tiene una envidia (me explicaba alguna vez Don Lucio) y la persona envidiada recibe una carga energética que lo enferma. Los daños son las introyecciones de los malos pensamientos de los otros, son las malas intenciones detectadas a niveles corporales.
Me parece que toda la concepción de los daños merece un estudio profundo, sobre todo para entender cómo una alteración en las características del campo neuronal puede materializarse en un cuerpo.
A las materializaciones a partir de la aparente nada, Pachita las denominaba “Aportes”. De pronto, Pachita hacía una serie de movimientos extraños con las manos y sin que previamente hubiera un objeto, algo aparecía en la palma de su mano. Estas materializaciones eran cotidianas y parte normal de las sesiones. La física actual también ha observado algo similar en la súbita aparición de partículas elementales a partir de la lattice. Creo que el cerebro de Pachita era capaz de alterar la morfología del espacio y eso se manifestaba como una súbita materialización de un objeto.
A mí me dio un aporte que describo en uno de los capítulos de este libro. Por supuesto que la explicación que he ofrecido no dice nada acerca de la especificidad de los aportes. Yo recibí un pequeño óleo pintado por un artista chino llamado Flo; Memo, un hijo de Pachita, una medalla de oro con los símbolos de las doce tribus de Israel; Armando, algo diferente. ¿De dónde provenían esas formas materializadas y cómo surgían tan perfectas e impecables? ¡No lo sé!
Pachita se consideraba miembro de la tribu perdida de Israel. En realidad, históricamente las doce tribus de Israel se dividieron hace miles de años. Diez tribus abandonaron el territorio de Israel. De esta forma, se puede hablar de la existencia de diez tribus perdidas de Israel. Pachita aseguraba pertenecer a una de ellas.
No puedo añadir nada más porque nunca hablé con Pachita acerca de ello.
Los pacientes que iban a ser operados, se sometían a la ingestión pre-operatoria de una serie de medicinas provenientes de otras tantas hierbas naturales. Memo ayudaba en la confección de las mismas y alguna vez me explicó cómo las preparaban. En las consultas, estas hierbas eran recetadas. Su variedad era extraordinaria lo mismo que las formas en las que se preparaban. Recuerdo que a los pacientes diabéticos Pachita les recomendaba tomar un vaso de agua con clavos oxidados (solamente el agua por supuesto). Algunos de estos remedios los describo en el libro, por lo que allí refiero al lector interesado.
En las primeras sesiones, yo no distinguía o más bien no aceptaba que el Hermano y no Pachita operaba. Por supuesto, el cuerpo de Pachita no desaparecía durante las operaciones, lo que se transformaba era su personalidad. Yo estaba acostumbrado a meditar y sabía que una etapa de la meditación se caracteriza por un estado de apertura hacia contenidos inconscientes. Cuando se llega allí, se reciben mensajes y se vislumbra la existencia de un estado de conocimiento puro y alejado de convencionalismos. Todo ello se experimenta y se vive como algo maravilloso, pero se siente que pertenece al uno mismo, que el yo no desaparece y otra entidad ocupa el cuerpo.
¡No, eso no se experimenta! Más bien la sensación es la de estar en contacto con otro nivel de uno mismo. Para Pachita y para Armando, una transformación similar indicaba la entrada de otra entidad, el abandono del cuerpo por el uno mismo y la ocupación del mismo cuerpo por otro ser. Yo no podía creer eso y me resistí a aceptar la transformación que veía en la personalidad de Pachita como señal de la desaparición de Pachita y la aparición del hermano Cuauhtémoc. Más bien, suponía que Pachita se introducía a un nivel de sí misma extraordinariamente poderoso y diferente al de su yo normal, pero era ella misma transformada y no otro ser ocupando su cuerpo.
Al terminar la primera sesión de operaciones, acompañé a una de las ayudantes de Pachita a su casa. Platicamos durante el trayecto:
Mi hija no podía respirar, escupía sangre y no había nada que hacer. La llevé con el Hermano, le sacó los pulmones, materializó unos pulmones nuevos y se los injertó. Sólo se me ocurrió preguntarle si había podido respirar entre la extracción y el injerto.
- ¿Pudo respirar?
La mujer se rio y me dijo que habían sido unos pocos segundos de intervalo entre una y otra maniobra...
Recuerdo que yo estuve a punto de decirle que no era el Hermano el que había hecho aquello sino la misma Pachita en otro nivel de conciencia pero me contuve. ¿Quién era yo después de todo para afirmar algo así? Jamás en ninguna meditación había yo llegado a un nivel en el que pudiera trasplantar unos pulmones. ¿Cómo podía yo saber si en verdad Cuauhtémoc existía y era capaz realmente de ocupar el cuerpo de Pachita?
A partir de ese momento decidí no juzgar y simplemente aceptar lo que veía y oía.
Pero no era fácil. Yo pensaba que la Unidad existía y que la individualidad debía desaparecer para lograr la Unidad y he aquí que si Cuauhtémoc era una entidad individualizada, entonces la individualidad no desaparecía. El intento de equilibrar mi concepto de Unidad con el de individualidad me llevó a una etapa de confusión de la que salí cuando meses después de la muerte de Pachita conocí a los Sufís.
Dios, le decía, muéstrame tu presencia sin el velo de tus atributos.
Dios le contestaba con una negativa
¡NO!
El Sufí le rogaba:
¡Te lo suplico! Dios le decía:
¡NO!, porque no podrás resistir la soledad de mi divina unidad.
El Sufí emocionado replicaba:
¡Pero si eso es precisamente lo que deseo, llegar a la
Unidad!
Pues bien, Dios accedía, sabe entonces que tú eres aquello.”
¡Tú eres aquello! Esa respuesta me convenció de la ausencia de una real dicotomía. En la Unidad, la experiencia de existencia persiste. En la Unidad se llega al “uno mismo’’ que es idéntico para todos ▣.
No intento invalidar la existencia del Hermano. Simplemente describo lo que vi sin negar experiencias y sin someter las vivencias a juicios críticos reduccionistas. Por ello, hablo de Cuauhtémoc y de Pachita y de Armando y de mí mismo como seres diferentes uno del otro, cuando en realidad todos somos un mismo y único Ser ▣.
Durante toda mi experiencia al lado de Pachita, cogniciones interesantes aparecieron en mi mente. Las he compilado y algunas de ellas las reproduzco al final de este libro. Las he titulado MURMULLOS DEL SILENCIO aparecieron en momento de silencio conceptual y de gran paz. Aunque no relatan incidentes y aparentemente no están relacionadas con el resto de la obra, creo que su inclusión está justificada por haber aparecido durante mi colaboración con Pachita y porque enriquecen el texto.
Aunque en ocasiones la tentación casi traicionó mi prudencia, no he querido retocar los capítulos que ya estaban escritos ni tampoco añadir nuevas descripciones. Creo que haberlo hecho atentaría en contra de la frescura del texto. Una posible desventaja, sin embargo, es que algunas frases pudieron mejorar con una corrección o una, descripción clarificarse usando el mismo procedimiento. Espero que el lector disculpe tales faltas y aprecie la frescura original. Esta última (cuando existe) resulta de haber escrito mis experiencias el mismo o el siguiente día después de las sesiones. Algo en mí mismo se comprometió a escribir con la mayor cantidad de detalles y eso sólo era posible hacerlo con un intervalo mínimo entre la experiencia y la descripción de la misma. Sin embargo, confieso que mis propias carencias son un límite insalvable y que jamás pude describir todo lo que yo deseaba. Espero que lo descrito sea suficiente para que el lector sienta el carácter y la atmósfera de la obra de Pachita y del Hermano.
Mis antecedentes como psicofisiólogo están incluidos en algunos capítulos y secciones. Quiero decir con lo anterior que en algunas partes me introduzco en tecnicismos y explicaciones fisiológicas que quizá sólo sean entendibles para el especialista. Creo que tengo algún derecho de incluir mi propia visión de esta obra y por ello me he atrevido a no suprimir las partes del libro con sabor fisiológico.
Han transcurrido años desde que viví las experiencias con Pachita y siento que no soy el mismo que era antes de conocer a esa maravillosa mujer. Su amor hacia todos sus pacientes era ejemplar, su entrega a la obra de curarlos total y su buen humor y frescura hacían especialmente deliciosas las ocasiones en las que tuve oportunidad de acompañarla. En verdad, la extraño y la recuerdo mucho.
Considero que este libro es una continuación de la obra iniciada por Pachita y su heredad. Ojalá que el que lo lea impulse su amor al prójimo, a sí mismo y a Dios.”
"Los Chamanes de México, Volumen III PACHITA": Presentación; Jacobo Grinberg-Zylberbaum